En 1916, con motivo del tricentésimo aniversario de su muerte, Sevilla homenajeó al escritor colocando veinticinco azulejos en algunos sitios de la ciudad que aparecen citados en sus obras. Aunque están repartidos desde Nervión a Triana, se concentran especialmente en tres puntos: La Alfalfa, alrededores de la catedral, y final de la calle Sierpes, donde estuvo preso en la Cárcel Real (hoy sede de un banco) y donde ideó el Quijote aprovechando el mucho tiempo libre. También hay allí un busto del escritor al que, de vez en cuando, algún guasón coloca entre las manos un botellín de Cruzcampo.
En ese año la ciudad preparaba con entusiasmo la Exposición Iberoamericana de 1929, y los constructores, arquitectos, herreros o decoradores no daban abasto; sobre todo, los que trabajaban aquel ¨estilo sevillano¨ tan vistoso, lleno de arcos moriscos y azulejos de colores. Las fábricas de cerámica de Triana vivían un momento de esplendor y fue Mensaque, una de las más destacadas en esta época, la encargada de realizar esta obra. Y lo hizo con los colores de la cerámica trianera tradicional: blanco, verde, amarillo y azul, y con los motivos vegetales y de cintas típicos del Renacimiento.